Relatos de Verano: Danae está muerta (final).

Al sentirme contemplada por aquella figura silente, enigmática, casi inexpresiva, noté una presión en el pecho, y como si alrededor comenzase a escasear el oxígeno. Se movió hacia la puerta, deslizándose, como si flotara, aunque vi cómo sus pies descalzos se posaban en el suelo. Pero lo hacían de una manera liviana, como una pluma o una pompa de jabón.

Me incorporé y le seguí al exterior de la casa. El sol había terminado de ocultarse, y por el oriente se apresuraban las sombras amoratadas de la noche a caer sobre la playa. De nuevo, como la vez en la que me salvó del Fuego Negro, seguí los pasos de aquel ser, con una confianza ciega, temblando, hasta que llegamos a la zona donde la arena era ya oscura y húmeda, esponjada por las olas. El viento me arremolinaba las ropas y el pelo, envolviéndome en salitre. Mi guía se giró al llegar al borde de las olas, y entonces me atreví a preguntar: «¿Adónde vamos?»

Apenas me parecieron audibles mis palabras, el viento se las llevaba sin dejarlas caer, como si fuesen diminutos trozos de papel. La expresión hierática de mi acompañante varió ligeramente, como si esbozara una sonrisa. Pero fue apenas perceptible. Me llegó entonces a la nariz un olor a quemado que distorsionó el aroma de la brisa marina, e instintivamente me giré para mirar a la casa: ardía. Una humareda oscura se elevaba hacia el cielo, llevándose con ella todo el entorno que me había rodeado en mi vida en aquel mundo que ahora parecía abocado a transformarse en un planeta oscuro y parcialmente muerto. Se me vino a la mente la carta y las fotos de Danae, desapareciendo para siempre, la sangre de Xon evaporándose, desapareciendo para siempre, sus deseos, sus malos sentimientos, sus pensamientos y anhelos eran ahora menos que nada, solo quedaban en mi recuerdo, tanto él como Danae. Y pronto ni siquiera eso.

Una serie de destellos comenzaron a chisporrotear en el agua, junto a la orilla. Mientras las olas seguían yendo y viniendo en su equilibrio inmutable, se formó sobre ellas un óvalo de un azul satinado, que emitía una vibración suave, como la de un aire acondicionado. Mi acompañante entonces me habló:

— Ya se ha acabado todo, Maya. Ahora ven conmigo.

Giré la cabeza de nuevo para mirar el apartamento en llamas, como si estuviese contemplando un holocausto, con Xon y Danae como víctimas expiatorias para que yo pudiera acceder a una vida nueva. Y de pronto me di cuenta de que efectivamente, de eso se trataba. Porque a mí me esperaba un mundo nuevo, y ellos se quedaban reducidos a cenizas en uno viejo. Reducidos a la nada. Sentí un tremendo temor, porque había una parte de mí que lo comprendía, pero a otra le aterraba la idea de que ese trato de favor hacia mí podía ser retirado en cualquier momento si no era lo suficientemente agradecida.

Quise formular una pregunta, pero solo me salió encogerme de hombros. Aun así mi guía me respondió:

— No me preguntes porqué, yo no tengo esa respuesta. Todo pasa como está dispuesto que pase; no debes temer por eso.

El óvalo permanecía suspendido sobre las olas, como si respirase, y era realmente algo hermoso, como un fenómeno natural, una aurora boreal, un resplandor en el cielo, una nube iluminada, un arco iris. Al fin, pensé, el destino de Xon se había unido con el de Danae en aquella casa, envueltos sus espíritus en la misma pira para que yo pudiese sobrevivir a aquel mundo caduco y castigado con el Fuego Negro. Mi guía me tomó de la mano. Una voz aséptica, de timbre andrógino, brotó del óvalo que comenzaba a partirse por la mitad:

«Entra».

Categorías Historias sobrenaturales, Relatos de Verano

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